Hoy era la sexta vez que iba a llevar a cabo una excursión con luzdecruce partiendo desde la estación de ferrocarril abandonada de Gascones-Buitrago. Cuando descubrí este lugar, hace ahora un año y poco, me quedé sorprendido de la red de caminos y pistas forestales con que cuenta este privilegiado rincón de la sierra madrileña y es que, probablemente hay más de 150 km de vías de comunicación restringidas al tráfico y que se adentran en un bosque infinito de pinos enhiestos, testigos silenciosos de la falta de visitantes que a buen seguro disfrutarían muy mucho de los múltiples y variados recorridos que se pueden efectuar por la zona comprendida entre los puertos de Somosierra y de Navafría.
Y es que con Gascones, como suelo decir, siempre se acierta. Sea verano, sea invierno, haya niebla o haga calor, cualquier tiempo es siempre el mejor para dejarse caer por estos pagos.
La excursión del día apenas tenía 15 km de longitud y algo más de 500 m de desnivel. De vez en cuando apetece llevar a cabo jornadas relajadas y esta, sin duda, era una de ellas, apta para casi cualquier persona que cuente con una mínima forma física.
Habíamos quedado a las 10.30 h en la estación, pero como todos los asistentes (21) nos encontrábamos desde unos minutos antes ya dispuestos y “availables”, decidimos iniciar la excursión sin más demora a eso de las 10.21 h.
El primer tramo de la ruta es común a todas las que se organizan partiendo desde la estación. Se trata de un camino despejado de vegetación, que discurre entre las dehesas de la Mata y del Roblazgo. En el primer cruce tomamos a la derecha para bordear el cerro de la Cabeza (1394 m), y antes de seguir ascendiendo, al llegar a la altura del PR-38, volvimos a girar a la derecha para descender hacia el arroyo de la Trocha en el entorno idílico del no menos idílico molino del Vadillo.
En este curioso lugar hicimos una parada de varios minutos para contemplar una ilusión óptica natural y es que las aguas del canal conocido como reguera de Gascones parecen fluir contracorriente. Es decir, aparentemente, y para la mayoría de nosotros, el agua se aproximaba hacia donde estábamos, cuando realmente, el sentido del flujo era opuesto. Los responsables de esta ilusión óptica son la perspectiva cónica y las líneas naturales del terreno circundante que, por su inclinación notable, contribuyen a realzar el efecto óptico que hace que percibamos erróneamente el sentido del canal.
De hecho, llegamos a dudar hasta tal punto que muchos de nosotros decidimos acercarnos hasta el propio canal, cruzando el arroyo de la Trocha, para comprobar empíricamente que, como decía Platón, nuestros sentidos nos engañan. Así que con un resto de excremento sólido de ganado bovino llegamos a dos conclusiones: la primera es que los excrementos sólidos, convenientemente desecados, flotan en el agua; y la segunda es que estos fluyen según el sentido de la corriente. La tercera conclusión ya nos la dirá el paisano que abra el grifo y observe atónito como el líquido elemento lleva partículas en suspensión... Dios quiera que este canal sea para riegos y que la vaca no tuviese gastroenteritis.
Desprendidos (me asaltaron las dudas de si era “desechos” o “deshechos”, así que tuve que cambiar de palabra...) ya de nuestros prejuicios ópticos, retornamos a la ruta por un camino, al principio asfaltado, que asciende paralelamente al referido arroyo en este punto.
1,5 km después abandonamos el camino para tomar una senda abandonada que se dirigiría a la casa forestal de Santuil. La dificultad intrínseca de esta senda estribaba en su acceso, pues para tomarla era necesario cruzar el arroyo de la Trocha utilizando para ello un tronco a modo de puente. No era complicado, pues yo crucé el primero, y eso que soy un poco torpe..., pero sí requería una cierta concentración y equilibrio, y en cualquier caso, con la ayuda de la mano amiga, que en mi caso tendió Noelia, era totalmente seguro cruzar por este punto.
Bien es cierto que no había muchas más ocasiones para cruzar el arroyo, que no iba muy crecido pero que sí suponía cierto estorbo al caminante. Así que formando una cadena humana, quien así lo deseó, procedimos a superar esta dificultad. Una vez reunidos al otro lado del riachuelo, comenzamos una corta, pero intensa ascensión inmersos en un pinar tan denso que apenas sí dejaba ver el cielo en esta zona.
La siguiente etapa de la ruta discurría por pistas en mucho mejor estado pero que, ante la falta de tránsito por ellas, se hallaban cubiertas de una ligera vegetación, que nos hace intuir que tal vez en pocos años sea complicado caminar por estos confines del bosque. Así que con nuestra pequeña contribución espero que hayamos prolongado aunque sea ligeramente la esperanza de vida de estos bonitos y solitarios caminos.
Poco después del mediodía llegamos a un clásico de la zona: la casa forestal de Santuil, que ya otras veces nos ha visto deambular por el lugar. Como se aproximaba la hora de la comida y no habíamos destinado parada al efecto hasta entonces, decidimos llevar a cabo la comida en la idílica pradera que se forma a las faldas de la casa.
Estábamos a 1600 m de altitud, muchos en manga corta y otros a punto de descamisarse, y el Sol atizaba de lo lindo. Parecía increíble que un 2 de marzo estuviéramos padeciendo tan riguroso e implacable calor a semejante altitud.
50 minutos después de haber llegado a la pradera y tras una agradable comida, decidimos llevar a cabo la parte final de la ruta. Para ello, dimos una pequeña vuelta por las pistas que circundan la casa forestal y tomamos el PR-38 nuevamente hacia el sur en la zona conocida como Quiñones de la Nava y después, Quiñones del Pie.
En este punto, los integrantes de la ruta habían impuesto un ritmo elevado de marcha y todo presagiaba que concluiríamos la ruta con cierto adelanto sobre el horario previsto. Al final, entre risas, pero siempre a buen paso, y con un sol de justicia que parecía cebarse con nosotros, enviándonos toda la intensidad de sus rayos, concluimos la ruta algo antes de las 15.00 h, después de 3.29 h andando y 1.11 h de paradas. Habíamos caminado 14,7 km a 4,3 km/h y en total ascendimos y bajamos 555 m, justo 5 m más de lo previsto.
Como colofón a esta bonita excursión, nos dirigimos a Buitrago del Lozoya, donde aliviamos nuestra sed en la ya conocida para nosotros plaza de la Constitución. Como no podía ser de otra forma, domingo y buen tiempo eran los ingredientes fundamentales para un cóctel que casi no pudimos tomar por no contar con asientos suficientes en número para todos nosotros. El lugar se hallaba tan concurrido que no fue sino la mendicidad de unas sillas la que nos permitió sentarnos mientras tomábamos la correspondiente bebida.
En definitiva, un agradable día y una no menos agradable compañía con la que pudimos disfrutar más aún de tan bonitos lugares. Si te ha gustado el relato y quieres participar en nuestras aventuras, apúntate: http://www.luzdecruce.tk. No te arrepentirás.
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1 comentario:
Que ruta más bonita!!! Es de las de no olvidar, tanto por el entorno como por la compañía.
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