Para compensar en parte el cansancio acumulado en los días pretéritos, nuestro objetivo del día era una ruta "sencillita" por Santoña tras la cual daríamos un agradable paseo por la península de la Magdalena, ya de vuelta en Santander.
Como la distancia hasta Santoña no era muy larga, decidimos llevar a cabo el viaje de ida por el camino más largo, recorriendo carreteras secundarias, con la idea de que el camino fuera más pintoresco.
Así, nuestros puntos de paso fueron Pedreña (junto al puerto deportivo), Ajo (cuyo faro no supimos encontrar debido a una falta de planificación), Argoños y finalmente Santoña, donde llegamos sobre las 11 de la mañana.
El gran protagonista de la ruta que íbamos a llevar a cabo era el faro del Caballo, que con sus 700 escalones, desciende en rauda y vertiginosa caída hacia el mar desde una altitud de casi 200 m. Pero hasta llegar aquí todavía tendríamos que caminar algunos kilómetros.
La ruta que íbamos a llevar a cabo la obtuvimos del libro "Cantabria" de la serie que Ediciones El Senderista dedica al excursionismo en España. Era la ruta número 3, y la razón principal que nos llevó a elegir esta ruta, aparte de su distancia y cercanía a Santander, era el trazado circular y el aliciente de la visita al faro del Caballo, toda una sorpresa que estábamos ávidos por descubrir.
La ruta se iniciaba en las inmediaciones del fuerte de San Martín, en la zona sureste de Santoña y desde allí inicia la circunvalación en sentido antihorario del monte Buciero, que a modo de península queda adosado a Santoña por un estrecho istmo (el que forma Berria y su bonita playa de arena dorada).
A los 2 km tuvo lugar uno de los momentos más espectaculares del día. La vista de los acantilados desde el punto en el que nos encontrábamos era sencillamente espectacular y aunque solo hubiera sido por ella, ya hubiese merecido la pena el paseo hasta este sitio... que, hay que decir, nos costó un poco, debido al fuerte ascenso que tuvimos que ejecutar.
En las inmediaciones de esta zona pudimos ver un gran chorco, que es como se conoce en esta zona a formaciones similares a dolinas y poljés. El monte Buciero está lleno de ellas, tal como pudimos comprobar en la cartografía que manejábamos y en algunos carteles explicativos de la geografía lugareña.
Tras hacer numerosas fotos nos empezamos a encontrar caminantes que también se dirigían hacia el faro del Caballo. En este punto, María trata de entablar conversación con un perrito, que presintiendo lo que se le avecina, prefiere dedicarse a sus menesteres e ignorar la humana aproximación.
En la siguiente imagen ya podemos ver al referido perrito cómo desciende por unas escaleras cuyos peldaños llegaban a tener 30 cm de altura en muchos casos. La musculatura del tercio trasero del animal pone de manifiesto el gran esfuerzo en que está incurriendo al bajar por las escaleras.
Hay que decir del acceso al faro que está extremadamente acondicionado al tráfico de visitantes que debe de mantener casi perianualmente y que, a poco que se adopten las debidas precauciones, no hay riesgo físico salvo el del esfuerzo que supone bajar y subir, con la salvedad del vértigo para las personas que padezcan de tal problema.
Al llegar al final de los casi 700 escalones, nuestros cuádriceps requerían unos minutos de estiramientos. Mientras María estiraba aproveché para escabullirme de la multitud que se daba cita en el punto final y descender hasta tocar el agua por un tramo de escalera que, en esta parte final, era más peligrosa al no tener protección por un lado y poder caer directamente al agua.
Tras el descanso y protocolario almuerzo iniciamos la subida, toda una prueba para los glúteos. Mientras María subía tranquilamente, estirando cada poco tiempo, yo decidí quedarme en el faro unos minutos más mientras terminaba de dar cuenta de unas mandarinas, y tras ello, subir a buen paso, tanto que estimo que la subida me llevó la mitad de tiempo que la bajada. Será tal vez por los 30 años que he estado acostumbrado a subir los 75 escalones de la casa donde vivía en Getafe...
Al llegar al final de las escaleras descansamos momentáneamente y charlamos con quienes se encontraban en nuestra misma situación. Todos coincidían en el brutal esfuerzo que había supuesto el descenso y posterior ascenso al punto de partida. Sinceramente, tampoco creo que fuera para tanto. Pero en cualquier caso, lo espectacular del sitio bien hicieron merecer la pena el viaje hasta tan remoto y recóndito lugar.
Nuestro siguiente hito en la ruta era el faro del Pescador. Para llegar a él transitaríamos por una senda que en general era cómoda y que nos llevaría hasta allí en unos 25 minutos. Las vistas desde el faro también eran muy agradables.
La parte siguiente de la ruta se llevó a cabo por una carretera restringida para vehículos a motor, y que concluía en el barrio santoñés de El Dueso, donde nos recibía más como fortaleza que como prisión, el penal homónimo, ya centenario, pues el año pasado se cumplían 100 años desde su puesta en servicio. Hay que decir que las famosas escaleras que nos permitieron descender hasta el faro del Caballo fueron ejecutadas por presos del penal del Dueso, y es que, uno adivina lo ingrato y duro que debió de ser llevar a cabo tan faraónica obra.
En esta parte de travesía María se quejaba de lo fea que resultaba esta zona de la ruta y es que nuestros pasos discurrían por las afueras de un barrio que estaba rodeado de construcciones chabolistas, ruinosas, sucias y en el fondo, afeando lo que hasta ahora había sido un paisaje idílico.
Sin más dilaciones iniciamos el ascenso al fuerte de Napoleón y sin acercarnos para su contemplación, pues intuimos que no veríamos mucho más de lo que habíamos visto desde sus cercanías, concluimos nuestra ruta unos minutos más tarde justo en el mismo punto donde 4 horas antes habíamos echado a andar.
En nuestro retorno a Santander decidimos hacer parada en la península de la Magdalena, para visitar su curioso zoo, donde se dan cita especies tan exóticas como pingüinos y leones de mar, al tiempo que aprovechamos y registramos un caché virtual que hay en este entorno: GCFD91 (http://www.geocaching.com/seek/cache_details.aspx?guid=fbbf9f15-ea7f-4e8f-b50f-e2f364920fcf).
Seguimos recorriendo la península y tomando multitud de fotos, especialmente bonitas con el palacio de la Magdalena como fondo.
Y tras los 14 km que habíamos andado (11 en la ruta, con 585 m de desnivel y 3.18 h en movimiento y 0.40 h parados, a 3,4 km/h), qué mejor forma de terminar la tarde que con una generosa siesta que nos permitiera recuperarnos de la fatiga acumulada.
¿Cuándo terminó la siesta? Bueno, eso lo dejaremos para otro blog... el gps estaba apagado!!
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