sábado, 16 de febrero de 2008

Fin de semana en Cantabria II

Sin ser conscientes del todo de la importancia religiosa del lugar donde llevaríamos a cabo la ruta de hoy, María y yo nos dirigimos en este delicioso y primaveral sábado de febrero a San Sebastián de Garabandal. De entrada, el nombre del pueblo ya resulta curioso, pues no hay muchos, al menos de mi conocimiento, en la geografía española, que contengan cuatro veces la misma vocal (recuerdo ahora el de Sartajada, en Toledo, pues forma parte de las preguntas del caché que tengo en Madrid, “Misterios sin resolver”).

Para llegar a esta localidad tomamos la A-67 en dirección oeste, hasta las inmediaciones de Cabezón de la Sal. En el trayecto intermedio, montañas y colinas cubiertas de un verde manto compartían escenario con grandes industrias. Tras cruzar Cabezón de la Sal, tomamos la C-625 que discurre paralela al río Saja en un entorno paisaijísticamente idílico. Ruente es sin duda el pueblo más bonito de este tramo.

Al llegar a Valle, giramos a la derecha por la C-6314 que de forma rápida asciende hasta el puerto de la Collada de Carmona, a 609 m de altitud. La bajada por una carretera sinuosa nos lleva hasta Carmona, que es uno de esos pueblos encantadores que todavía no ha sufrido el acoso de un turismo voraz e inusitado, como es el caso de otros lugares vecinos.

Seguimos unos kilómetros más y en Puentenansa giramos a la izquierda para abordar la parte final por una carretera que estaba siendo recrecida en esos momentos y que se encontraba cubierta de gravilla. Es la S-224 y ahora vamos paralelos al río Nansa.

En Cosío llevamos a cabo el último giro a izquierda y ya por una carretera vecinal llegamos finalmente a San Sebastián de Garabandal. Lo primero que nos sorprende al llegar al pueblo es que en la plaza que hay a su entrada, se dan cita un gran número de señales de tráfico que impiden aparcar allí el coche, con lo cual rodeamos la plaza y, sin darnos cuenta, nos encontramos con que paradójicamente volvemos a salir del pueblo justo por donde habíamos entrado. Algún fenómeno paranormal, de los muchos que tienen o han podido tener lugar en el pueblo, nos había jugado una mala pasada.

Pero como quiera que somos tercos y no nos gusta andar más de lo necesario, especialmente en una ruta de 19 km, hicimos un cambio de sentido que nos volvió a internar de nuevo en San Sebastián de Garabandal. Esta vez decidimos explorar la vida en el pueblo más allá de la plaza que hay a la entrada. Sus callejas retorcidas y estrechas eran un verdadero laberinto donde uno corría el riesgo de quedarse encajado. Con ese aliciente seguimos explorando hasta dar con una calleja que por su trazado más parecido al de una montaña rusa que al de un vial de un pueblo, hizo que María se tuviera que bajar del coche para indicarme, pues hubo un momento en que solo veía cielo... y qué mejor lugar para hacerlo que en San Sebastián de Garabandal.

Desgraciadamente el faldón de plástico del voladizo anterior del coche impidió que pudiéramos seguir explorando esa calle que casi parecía traída del infierno automovilístico. Está claro que cuando se diseñó el pueblo los medios de locomoción serían diferentes. En cualquier caso, como siempre que me meto en alguno de estos berenjenales, en el fondo gozo de cierto disfrute, la ocasión fue que ni pintada, y ya tras estas prácticas de conducción en condiciones hostiles, decidimos buscar un sitio más apropiado, donde finalmente y con las bendiciones de vecinos que no dieron señales de vida, conseguimos aparcar el coche para iniciar nuestra ruta a pie.

Llama la atención del conjunto urbano del pueblo lo cuidado que se encuentra y, por supuesto, yendo a pie, lo bonito de sus calles empedradas y edificios típicos de la zona. También nos resultó curioso un cartel que indicaba el camino a una librería, y es que en pueblos tan pequeños uno no está acostumbrado a que existan este tipo de establecimientos. Sea como fuere, sospecho que una fuerte tradición religiosa estaba tras esta librería.

Y sin más preparativos de la ruta que el de un mapa y los correspondientes datos GPS (aún éramos ajenos al fervor creyente que otrora se vivió en este remoto y pequeño lugar), echamos a andar hacia el sur y de forma paralela al arroyo de Vendul, que cruzamos al poco de iniciar la ruta. Entre el pueblo y el cruce por el arroyo queda a nuestra derecha y atrás un curioso cortado que tiene la peculiaridad de que sus cumbres han buzado y no se hayan dispuestas en una isolínea de altitud, como suele ser frecuente en estos casos.

Toda la ruta que íbamos a llevar a cabo discurriría por una excelente pista forestal, que tras cruzar el arroyo, comenzaba a subir de forma constante hasta alcanzar la máxima altitud del día, 1017 m, en el collado de Joza de Abellón. Desde aquí hasta el final de la ruta sería todo descendente, salvo un pequeño tramo justo antes de alcanzar de nuevo el punto de partida.

La segunda parte de la ruta, ya en descenso desde el referido collado, discurría en la falda de la sierra de Peña Sagra. Ahora, ya a posteriori, nos asalta la duda de si el nombre de la sierra fue puesto antes o después de las apariciones que tuvieron lugar en los años 60, porque en el primer caso, no cabría duda de que la virgen y el arcángel en un intento de honor cartográfico, quisieron “rizar el rizo”, y ¡vaya si lo consiguieron!
En nuestro descenso y ya en torno al kilómetro 15 creímos ver a Kala. No podía ser verdad, aunque... en San Sebastián de Garabandal todo podía ser posible, incluso una aparición de nuestra querida mascota. Sin embargo, no era ella. Acudió a saludarnos un perro de gran envergadura, que estaba acompañando a unos caminantes que, como nosotros, habían decidido llevar a cabo la ruta 27 del libro “Cantabria” de la editorial Excursiones y Senderismo. Curiosa coincidencia, así como también curioso el hecho de que el perro decidiera acompañarles en todo el recorrido hasta este punto. Ahora ya tenía dos grupos de caminantes a los que acompañar.

Como nuestro paso era más rápido que el de quienes nos precedían conseguimos darles alcance e inquiridos sobre su presunta propiedad del animal, nos comunicaron la circunstancia que relataba en el párrafo anterior. Al parecer, el cánido les había acompañado fortuitamente desde su partida en el pueblo y lo hizo hasta pocos minutos después de juntarnos los cuatro excursionistas, momento en el que nos cruzamos con unas lugareñas que iban paseando con otro perro, y al que no le sentó muy bien que el que nos acompañaba hasta ese punto decidiera dejar nuestra compañía e irse con ellas y su congénere. Aún resuenan en mis oídos las trifulcas en las que se enzarzaron ambos.

En la parte final de la ruta, ya en solitario con la pareja de caminantes, nos refirieron parte de la historia de las apariciones de las que se hablaba en el libro del que habíamos extraído la ruta y que por no considerar relevante para la realización del recorrido, omití leer en su momento. Antes de dar por terminada la ruta, tuvimos tiempo de contemplar el viacrucis que jalona el cerro donde tuvieron lugar los fenómenos religiosos en 1960, así como del atroz crecimiento urbanístico que está experimentando la aldea como consecuencia de tales fenómenos.

Si buscáis en el wikipedia la historia del pueblo, encontraréis suculentos relatos de cómo las niñas que afirmaron haber presenciado las supuestas apariciones, eran capaces de correr de espaldas más rápido que los jóvenes del lugar, así como de ser totalmente insensibles al dolor, tras golpearse repetidas veces en las rodillas con las piedras de los caminos. Tal vez no les hubiese venido mal del todo un retrovisor para correr marcha atrás (aunque sinceramente, no acabo de entender porqué se golpeaban las rodillas corriendo en ese sentido...).

Así terminó una ruta de 19,5 km y 650 m de desnivel, que recorrimos en 4.28 h y otros 18 minutos de paradas, a 4,36 km/h.

Como todavía seguíamos haciendo la digestión de la cena del viernes, picoteamos un poco de entre lo que encontramos en el maletero del coche y seguimos nuestro camino improvisado hacia la costa con el objeto de visitar San Vicente de la Barquera y Santillana del Mar.

Para ello, desandamos nuestro camino hasta Puentenansa, y al llegar allí giramos a la izquierda rumbo norte por la S-223. El haber improvisado este viaje “relámpago” hizo que pasásemos junto a sitios tan curiosos como la cueva prehistórica de Micolón sin reparar en la importancia de tales lugares. La carretera S-223 ha sufrido recientemente una remodelación en su trazado que permite circular por ella con mucha más seguridad y comodidad, al haber acondicionado muchos tramos de curvas por otras con radios más amplios.

Sobre las 17.00 h llegamos a San Vicente de la Barquera. Nos dirigimos al interior de la ciudad e informados de los monumentos mediante un panel que había a tal efecto, decidimos visitar su castillo, que es bien de interés cultural con categoría de monumento desde 1985. En él contemplamos algunas maquetas en las que se percibía que tras ella había un arduo y extraordinario trabajo para su realización. Desde el castillo pudimos tomar bonitas fotos de la ría de San Vicente.

Tras el castillo seguimos nuestro camino hasta la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, de la que nos llamó la atención su suelo, con grandes y frías losas de piedra cubiertas con tablones. Esta iglesia es uno de los más destacados ejemplos de arquitectura religiosa gótica de Cantabria, y ya fue declarada monumento en 1931. Desde la iglesia, que es un privilegiado mirador de la marisma de Pombo, tomamos fotos para inmortalizar el referido accidente geográfico.

De vuelta por la C-6316 iniciamos nuestro viaje de retorno hacia Santander, deteniéndonos antes en Santillana del Mar. Antes habíamos pasado por Comillas, ciudad de la que debo comentar que hubiera merecido la pena visitar, pero que por la premura del escaso margen solar que nos quedaba, decidimos dejar para mejor ocasión.

Nuestra llegada a Santillana del Mar coincidía con la puesta de sol, todavía quedaban las últimas luces del día para disfrutar de tan emblemático lugar. En realidad, Santillana del Mar son tres calles paralelas cruzadas por alguna que otra transversal y poco más... pero dentro de esta pequeña red viaria se concentra tal cantidad de edificios destacados, que la mera enumeración de ellos resultaría cuando menos farragosa y ajena al espíritu de este blog.


Sus calles y construcciones de piedra merecen visitarse con la calma que dedicamos y por supuesto, inmortalizarse en numerosas fotos. De algunas de ellas damos cuenta en este blog. También cabe destacar el intenso frío que contrastaba con las primaverales (casi “angelicales”) temperaturas que habíamos disfrutado a lo largo de nuestra ruta a pie horas antes, especialmente en las zonas soleadas.

Y así concluía nuestro periplo turístico del día: cansados, pero una vez más con la satisfacción del deber cumplido y con la sensación de habernos enriquecido e impregnado de la belleza de estas tierras cántabras.

1 comentario:

Unknown dijo...

Cuando vamos a otro sitio!!!???!?!?!?