lunes, 18 de febrero de 2008
Fin de semana en Cantabria (y IV)
El primero de ellos, GCKBPQ (http://www.geocaching.com/seek/cache_details.aspx?guid=eb5237be-f668-4d70-91bb-e1765c180caa) estaba ubicado en el puerto deportivo de Santander, junto al aeropuerto, y se trataba de un multicaché de sencilla resolución, pero de no tan sencilla búsqueda, ya que el caché se encontraba en un yerbazal de complicado acceso y en el que uno tenía la sensación de estar casi en la jungla (exagerando un poco...).
Lo más divertido de este día fue la intensa navegación que tuve que llevar a cabo en solitario utilizando como único medio la pantallita del GPS. La verdad es que eso de moverme por tierras desconocidas como si estuviera en casa es algo que siempre me ha gustado mucho. No hay nada como poner la intermitencia antes de llegar al cruce (y sin haberlo visto!!).
El siguiente caché de este día, GC14DNN (http://www.geocaching.com/seek/cache_details.aspx?guid=dfad8ae8-ae4b-4030-9f27-e48879049af7) sería probablemente el más bonito de cuantos vi a lo largo del día. Está situado en un acantilado de unos 45 m de altura, junto a unos peñascos en el mar que se conocen como Los Urros, muy cerca de Liencres. Unos estratos que buzaban verticalmente eran la guinda a un pastel geológico que merece la pena ver de cerca. El caché era pequeño pero estaba exquisitamente bien cuidado y repleto de cosas interesantes.
Mi siguiente parada era Punta del Águila, GCKBPR (http://www.geocaching.com/seek/cache_details.aspx?guid=b67fbecd-3234-49d4-98fe-1912739a62e3), un caché también cercano al mar, pero sin la espectacularidad del anterior. El acceso al mismo se consigue dejando el coche en una pradera casi de ensueño y caminando unos 300 m por un sitio totalmente paradisiaco. Este caché se encontraba en peor estado y tuve que reponerle la libreta, al no tener en qué registrar mi visita.
Desde ahí me dirigí hacia el Barrio de San Pedro, donde abordé GCTBE3 (http://www.geocaching.com/seek/cache_details.aspx?guid=832da0e1-20fd-4d58-9317-077cc154dd0b): Ría de San Martín. Realmente el nombre es Ría de San Martín de la Arena. Desconozco si el acceso al cerro testigo donde está ubicado este caché fue el adecuado, puesto que me encontré alambradas por los dos lados por los que pretendí acceder. En el segundo de ellos, la alambrada estaba bastante descompuesta, por lo que decidí internarme en el monte utilizando ese punto. Las vistas desde la meseta del cerro testigo son preciosas y el caché se ubicaba en su sitio, si bien las coordenadas eran incorrectas (ya están corregidas mediante la intervención del moderador de geocaching en España, ante mi petición).
Una vez visitado este caché me dirigí hacia GCK37M (http://www.geocaching.com/seek/cache_details.aspx?guid=660401e8-5902-4a56-a958-34954c3f24af): Costa Ubiarco. El acceso hasta el caché se lleva a cabo por una divertida pista de tierra apta para cualquier vehículo, y por la que se puede llegar hasta unos 75 m del caché: todo un drive-in. El caché lo encontré gracias a la foto spoiler, porque si fuera por mi paciencia... creo que hubiera registrado un "DNF".
Ya solo me quedaban dos cachés. El primero de ellos estaba en un monumento que hay en la propia autovía A-67, y es GCTP07 (http://www.geocaching.com/seek/cache_details.aspx?guid=9fd5b903-b4b6-4410-9d40-caadaa6e3e25). He conseguido que el administrador de geocaching en España archive este caché, pues el acceso al mismo se encuentra restringido. Esto es algo que tampoco entiendo muy bien: por qué se hace un monumento al que luego no se puede acceder, a pesar de que no es peligroso para el tráfico ni supone molestias circulatorias. El acceso a la zona del caché se encuentra delimitada por unos cilindros verdes, de los que faltan bastantes, y por el correspondiente hueco aproveché para "colarme" en este apartadero de la A-67. Como no estaba seguro de lo legal de mi maniobra decidí fingir un supuesto "calentamiento", levantando el capó del coche, en previsión de que si viniera la guardia civil les comentase que se había calentado el motor y estaba esperando que disminuyera su temperatura. En este caché, con las prisas, me di un fuerte golpe en la cabeza contra una de los aros metálicos que rodean el monumento. En fin, acabé cuanto antes y me dirigí hasta el último caché del día.
Este se llama Rey León, GCK37K (http://www.geocaching.com/seek/cache_details.aspx?guid=50fbc6aa-249e-4dc1-8754-244644e411c2). El acceso al caché se lleva a cabo desde el puerto de Morancas, en el PK 5 de la S-200. La primera parte del acceso se efectúa por una carreterilla asfaltada muy estrecha que enseguida da lugar a una pista de tierra, que en unos 5 km lleva hasta un lugar donde no se puede seguir con coche normal debido al mal estado del firme en ese punto. Tal vez con un 4x4 normal también sea complicado avanzar en ese lugar, pues aparte de piedras sueltas de gran tamaño hay una fuerte inclinación que puede dificultar superar este obstáculo.
No obstante, como quiera que la distancia desde el lugar donde se podía dejar el coche hasta el caché era pequeña (1,3 km), decidí llevar a cabo el recorrido a pie, pero eso sí, lo más rápidamente posible, porque el día había pasado de ser apacible y soleado a nublado y con pinta de lluvia, y ya las primeras gotas empezaban a caer justo cuando echaba a andar rumbo al caché. Por suerte, iba preparado para la lluvia con una chaqueta impermeable y la ubicación final del caché se encontraba en una piedra que servía de cobijo natural en caso de lluvia, así que no hubo mayores problemas. Este tesoro también estaba falto de libreta de registro, así que tuve que dejar una para rendir cuenta de mi visita.
Y así, desandando el camino y regresando por la autovía hasta Aguilar de Campoo, terminaba mi viaje por tierras cántabras. Han sido cuatro días intensos en los que he andado unos 60 km a pie y más de 1.300 en coche, y en los que, por suerte, el tiempo ha acompañado casi hasta el último minuto, pues a lo largo del viaje de vuelta ya sí que llovió en algunos tramos con cierta intensidad. En la entrada de la Comunidad de Madrid, justo tras pasar el puerto de Somosierra se dieron cita las peores condiciones para la conducción: niebla, lluvia y la oscuridad de la noche. No obstante, con las debidas precauciones, el viaje se desarrolló sin ningún incidente reseñable.
domingo, 17 de febrero de 2008
Fin de semana en Cantabria III
Como la distancia hasta Santoña no era muy larga, decidimos llevar a cabo el viaje de ida por el camino más largo, recorriendo carreteras secundarias, con la idea de que el camino fuera más pintoresco.
Así, nuestros puntos de paso fueron Pedreña (junto al puerto deportivo), Ajo (cuyo faro no supimos encontrar debido a una falta de planificación), Argoños y finalmente Santoña, donde llegamos sobre las 11 de la mañana.
El gran protagonista de la ruta que íbamos a llevar a cabo era el faro del Caballo, que con sus 700 escalones, desciende en rauda y vertiginosa caída hacia el mar desde una altitud de casi 200 m. Pero hasta llegar aquí todavía tendríamos que caminar algunos kilómetros.
La ruta que íbamos a llevar a cabo la obtuvimos del libro "Cantabria" de la serie que Ediciones El Senderista dedica al excursionismo en España. Era la ruta número 3, y la razón principal que nos llevó a elegir esta ruta, aparte de su distancia y cercanía a Santander, era el trazado circular y el aliciente de la visita al faro del Caballo, toda una sorpresa que estábamos ávidos por descubrir.
La ruta se iniciaba en las inmediaciones del fuerte de San Martín, en la zona sureste de Santoña y desde allí inicia la circunvalación en sentido antihorario del monte Buciero, que a modo de península queda adosado a Santoña por un estrecho istmo (el que forma Berria y su bonita playa de arena dorada).
A los 2 km tuvo lugar uno de los momentos más espectaculares del día. La vista de los acantilados desde el punto en el que nos encontrábamos era sencillamente espectacular y aunque solo hubiera sido por ella, ya hubiese merecido la pena el paseo hasta este sitio... que, hay que decir, nos costó un poco, debido al fuerte ascenso que tuvimos que ejecutar.
En las inmediaciones de esta zona pudimos ver un gran chorco, que es como se conoce en esta zona a formaciones similares a dolinas y poljés. El monte Buciero está lleno de ellas, tal como pudimos comprobar en la cartografía que manejábamos y en algunos carteles explicativos de la geografía lugareña.
Tras hacer numerosas fotos nos empezamos a encontrar caminantes que también se dirigían hacia el faro del Caballo. En este punto, María trata de entablar conversación con un perrito, que presintiendo lo que se le avecina, prefiere dedicarse a sus menesteres e ignorar la humana aproximación.
En la siguiente imagen ya podemos ver al referido perrito cómo desciende por unas escaleras cuyos peldaños llegaban a tener 30 cm de altura en muchos casos. La musculatura del tercio trasero del animal pone de manifiesto el gran esfuerzo en que está incurriendo al bajar por las escaleras.
Hay que decir del acceso al faro que está extremadamente acondicionado al tráfico de visitantes que debe de mantener casi perianualmente y que, a poco que se adopten las debidas precauciones, no hay riesgo físico salvo el del esfuerzo que supone bajar y subir, con la salvedad del vértigo para las personas que padezcan de tal problema.
Al llegar al final de los casi 700 escalones, nuestros cuádriceps requerían unos minutos de estiramientos. Mientras María estiraba aproveché para escabullirme de la multitud que se daba cita en el punto final y descender hasta tocar el agua por un tramo de escalera que, en esta parte final, era más peligrosa al no tener protección por un lado y poder caer directamente al agua.
Tras el descanso y protocolario almuerzo iniciamos la subida, toda una prueba para los glúteos. Mientras María subía tranquilamente, estirando cada poco tiempo, yo decidí quedarme en el faro unos minutos más mientras terminaba de dar cuenta de unas mandarinas, y tras ello, subir a buen paso, tanto que estimo que la subida me llevó la mitad de tiempo que la bajada. Será tal vez por los 30 años que he estado acostumbrado a subir los 75 escalones de la casa donde vivía en Getafe...
Al llegar al final de las escaleras descansamos momentáneamente y charlamos con quienes se encontraban en nuestra misma situación. Todos coincidían en el brutal esfuerzo que había supuesto el descenso y posterior ascenso al punto de partida. Sinceramente, tampoco creo que fuera para tanto. Pero en cualquier caso, lo espectacular del sitio bien hicieron merecer la pena el viaje hasta tan remoto y recóndito lugar.
Nuestro siguiente hito en la ruta era el faro del Pescador. Para llegar a él transitaríamos por una senda que en general era cómoda y que nos llevaría hasta allí en unos 25 minutos. Las vistas desde el faro también eran muy agradables.
La parte siguiente de la ruta se llevó a cabo por una carretera restringida para vehículos a motor, y que concluía en el barrio santoñés de El Dueso, donde nos recibía más como fortaleza que como prisión, el penal homónimo, ya centenario, pues el año pasado se cumplían 100 años desde su puesta en servicio. Hay que decir que las famosas escaleras que nos permitieron descender hasta el faro del Caballo fueron ejecutadas por presos del penal del Dueso, y es que, uno adivina lo ingrato y duro que debió de ser llevar a cabo tan faraónica obra.
En esta parte de travesía María se quejaba de lo fea que resultaba esta zona de la ruta y es que nuestros pasos discurrían por las afueras de un barrio que estaba rodeado de construcciones chabolistas, ruinosas, sucias y en el fondo, afeando lo que hasta ahora había sido un paisaje idílico.
Sin más dilaciones iniciamos el ascenso al fuerte de Napoleón y sin acercarnos para su contemplación, pues intuimos que no veríamos mucho más de lo que habíamos visto desde sus cercanías, concluimos nuestra ruta unos minutos más tarde justo en el mismo punto donde 4 horas antes habíamos echado a andar.
En nuestro retorno a Santander decidimos hacer parada en la península de la Magdalena, para visitar su curioso zoo, donde se dan cita especies tan exóticas como pingüinos y leones de mar, al tiempo que aprovechamos y registramos un caché virtual que hay en este entorno: GCFD91 (http://www.geocaching.com/seek/cache_details.aspx?guid=fbbf9f15-ea7f-4e8f-b50f-e2f364920fcf).
Seguimos recorriendo la península y tomando multitud de fotos, especialmente bonitas con el palacio de la Magdalena como fondo.
Y tras los 14 km que habíamos andado (11 en la ruta, con 585 m de desnivel y 3.18 h en movimiento y 0.40 h parados, a 3,4 km/h), qué mejor forma de terminar la tarde que con una generosa siesta que nos permitiera recuperarnos de la fatiga acumulada.
¿Cuándo terminó la siesta? Bueno, eso lo dejaremos para otro blog... el gps estaba apagado!!
sábado, 16 de febrero de 2008
Fin de semana en Cantabria II
Para llegar a esta localidad tomamos la A-67 en dirección oeste, hasta las inmediaciones de Cabezón de la Sal. En el trayecto intermedio, montañas y colinas cubiertas de un verde manto compartían escenario con grandes industrias. Tras cruzar Cabezón de la Sal, tomamos la C-625 que discurre paralela al río Saja en un entorno paisaijísticamente idílico. Ruente es sin duda el pueblo más bonito de este tramo.
Al llegar a Valle, giramos a la derecha por la C-6314 que de forma rápida asciende hasta el puerto de la Collada de Carmona, a 609 m de altitud. La bajada por una carretera sinuosa nos lleva hasta Carmona, que es uno de esos pueblos encantadores que todavía no ha sufrido el acoso de un turismo voraz e inusitado, como es el caso de otros lugares vecinos.
Seguimos unos kilómetros más y en Puentenansa giramos a la izquierda para abordar la parte final por una carretera que estaba siendo recrecida en esos momentos y que se encontraba cubierta de gravilla. Es la S-224 y ahora vamos paralelos al río Nansa.
En Cosío llevamos a cabo el último giro a izquierda y ya por una carretera vecinal llegamos finalmente a San Sebastián de Garabandal. Lo primero que nos sorprende al llegar al pueblo es que en la plaza que hay a su entrada, se dan cita un gran número de señales de tráfico que impiden aparcar allí el coche, con lo cual rodeamos la plaza y, sin darnos cuenta, nos encontramos con que paradójicamente volvemos a salir del pueblo justo por donde habíamos entrado. Algún fenómeno paranormal, de los muchos que tienen o han podido tener lugar en el pueblo, nos había jugado una mala pasada.
Pero como quiera que somos tercos y no nos gusta andar más de lo necesario, especialmente en una ruta de 19 km, hicimos un cambio de sentido que nos volvió a internar de nuevo en San Sebastián de Garabandal. Esta vez decidimos explorar la vida en el pueblo más allá de la plaza que hay a la entrada. Sus callejas retorcidas y estrechas eran un verdadero laberinto donde uno corría el riesgo de quedarse encajado. Con ese aliciente seguimos explorando hasta dar con una calleja que por su trazado más parecido al de una montaña rusa que al de un vial de un pueblo, hizo que María se tuviera que bajar del coche para indicarme, pues hubo un momento en que solo veía cielo... y qué mejor lugar para hacerlo que en San Sebastián de Garabandal.
Desgraciadamente el faldón de plástico del voladizo anterior del coche impidió que pudiéramos seguir explorando esa calle que casi parecía traída del infierno automovilístico. Está claro que cuando se diseñó el pueblo los medios de locomoción serían diferentes. En cualquier caso, como siempre que me meto en alguno de estos berenjenales, en el fondo gozo de cierto disfrute, la ocasión fue que ni pintada, y ya tras estas prácticas de conducción en condiciones hostiles, decidimos buscar un sitio más apropiado, donde finalmente y con las bendiciones de vecinos que no dieron señales de vida, conseguimos aparcar el coche para iniciar nuestra ruta a pie.
Llama la atención del conjunto urbano del pueblo lo cuidado que se encuentra y, por supuesto, yendo a pie, lo bonito de sus calles empedradas y edificios típicos de la zona. También nos resultó curioso un cartel que indicaba el camino a una librería, y es que en pueblos tan pequeños uno no está acostumbrado a que existan este tipo de establecimientos. Sea como fuere, sospecho que una fuerte tradición religiosa estaba tras esta librería.
Y sin más preparativos de la ruta que el de un mapa y los correspondientes datos GPS (aún éramos ajenos al fervor creyente que otrora se vivió en este remoto y pequeño lugar), echamos a andar hacia el sur y de forma paralela al arroyo de Vendul, que cruzamos al poco de iniciar la ruta. Entre el pueblo y el cruce por el arroyo queda a nuestra derecha y atrás un curioso cortado que tiene la peculiaridad de que sus cumbres han buzado y no se hayan dispuestas en una isolínea de altitud, como suele ser frecuente en estos casos.
Toda la ruta que íbamos a llevar a cabo discurriría por una excelente pista forestal, que tras cruzar el arroyo, comenzaba a subir de forma constante hasta alcanzar la máxima altitud del día, 1017 m, en el collado de Joza de Abellón. Desde aquí hasta el final de la ruta sería todo descendente, salvo un pequeño tramo justo antes de alcanzar de nuevo el punto de partida.
La segunda parte de la ruta, ya en descenso desde el referido collado, discurría en la falda de la sierra de Peña Sagra. Ahora, ya a posteriori, nos asalta la duda de si el nombre de la sierra fue puesto antes o después de las apariciones que tuvieron lugar en los años 60, porque en el primer caso, no cabría duda de que la virgen y el arcángel en un intento de honor cartográfico, quisieron “rizar el rizo”, y ¡vaya si lo consiguieron!
En nuestro descenso y ya en torno al kilómetro 15 creímos ver a Kala. No podía ser verdad, aunque... en San Sebastián de Garabandal todo podía ser posible, incluso una aparición de nuestra querida mascota. Sin embargo, no era ella. Acudió a saludarnos un perro de gran envergadura, que estaba acompañando a unos caminantes que, como nosotros, habían decidido llevar a cabo la ruta 27 del libro “Cantabria” de la editorial Excursiones y Senderismo. Curiosa coincidencia, así como también curioso el hecho de que el perro decidiera acompañarles en todo el recorrido hasta este punto. Ahora ya tenía dos grupos de caminantes a los que acompañar.
Como nuestro paso era más rápido que el de quienes nos precedían conseguimos darles alcance e inquiridos sobre su presunta propiedad del animal, nos comunicaron la circunstancia que relataba en el párrafo anterior. Al parecer, el cánido les había acompañado fortuitamente desde su partida en el pueblo y lo hizo hasta pocos minutos después de juntarnos los cuatro excursionistas, momento en el que nos cruzamos con unas lugareñas que iban paseando con otro perro, y al que no le sentó muy bien que el que nos acompañaba hasta ese punto decidiera dejar nuestra compañía e irse con ellas y su congénere. Aún resuenan en mis oídos las trifulcas en las que se enzarzaron ambos.
En la parte final de la ruta, ya en solitario con la pareja de caminantes, nos refirieron parte de la historia de las apariciones de las que se hablaba en el libro del que habíamos extraído la ruta y que por no considerar relevante para la realización del recorrido, omití leer en su momento. Antes de dar por terminada la ruta, tuvimos tiempo de contemplar el viacrucis que jalona el cerro donde tuvieron lugar los fenómenos religiosos en 1960, así como del atroz crecimiento urbanístico que está experimentando la aldea como consecuencia de tales fenómenos.
Si buscáis en el wikipedia la historia del pueblo, encontraréis suculentos relatos de cómo las niñas que afirmaron haber presenciado las supuestas apariciones, eran capaces de correr de espaldas más rápido que los jóvenes del lugar, así como de ser totalmente insensibles al dolor, tras golpearse repetidas veces en las rodillas con las piedras de los caminos. Tal vez no les hubiese venido mal del todo un retrovisor para correr marcha atrás (aunque sinceramente, no acabo de entender porqué se golpeaban las rodillas corriendo en ese sentido...).
Así terminó una ruta de 19,5 km y 650 m de desnivel, que recorrimos en 4.28 h y otros 18 minutos de paradas, a 4,36 km/h.
Como todavía seguíamos haciendo la digestión de la cena del viernes, picoteamos un poco de entre lo que encontramos en el maletero del coche y seguimos nuestro camino improvisado hacia la costa con el objeto de visitar San Vicente de la Barquera y Santillana del Mar.
Para ello, desandamos nuestro camino hasta Puentenansa, y al llegar allí giramos a la izquierda rumbo norte por la S-223. El haber improvisado este viaje “relámpago” hizo que pasásemos junto a sitios tan curiosos como la cueva prehistórica de Micolón sin reparar en la importancia de tales lugares. La carretera S-223 ha sufrido recientemente una remodelación en su trazado que permite circular por ella con mucha más seguridad y comodidad, al haber acondicionado muchos tramos de curvas por otras con radios más amplios.
Sobre las 17.00 h llegamos a San Vicente de la Barquera. Nos dirigimos al interior de la ciudad e informados de los monumentos mediante un panel que había a tal efecto, decidimos visitar su castillo, que es bien de interés cultural con categoría de monumento desde 1985. En él contemplamos algunas maquetas en las que se percibía que tras ella había un arduo y extraordinario trabajo para su realización. Desde el castillo pudimos tomar bonitas fotos de la ría de San Vicente.
Tras el castillo seguimos nuestro camino hasta la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, de la que nos llamó la atención su suelo, con grandes y frías losas de piedra cubiertas con tablones. Esta iglesia es uno de los más destacados ejemplos de arquitectura religiosa gótica de Cantabria, y ya fue declarada monumento en 1931. Desde la iglesia, que es un privilegiado mirador de la marisma de Pombo, tomamos fotos para inmortalizar el referido accidente geográfico.
De vuelta por la C-6316 iniciamos nuestro viaje de retorno hacia Santander, deteniéndonos antes en Santillana del Mar. Antes habíamos pasado por Comillas, ciudad de la que debo comentar que hubiera merecido la pena visitar, pero que por la premura del escaso margen solar que nos quedaba, decidimos dejar para mejor ocasión.
Nuestra llegada a Santillana del Mar coincidía con la puesta de sol, todavía quedaban las últimas luces del día para disfrutar de tan emblemático lugar. En realidad, Santillana del Mar son tres calles paralelas cruzadas por alguna que otra transversal y poco más... pero dentro de esta pequeña red viaria se concentra tal cantidad de edificios destacados, que la mera enumeración de ellos resultaría cuando menos farragosa y ajena al espíritu de este blog.
Sus calles y construcciones de piedra merecen visitarse con la calma que dedicamos y por supuesto, inmortalizarse en numerosas fotos. De algunas de ellas damos cuenta en este blog. También cabe destacar el intenso frío que contrastaba con las primaverales (casi “angelicales”) temperaturas que habíamos disfrutado a lo largo de nuestra ruta a pie horas antes, especialmente en las zonas soleadas.
Y así concluía nuestro periplo turístico del día: cansados, pero una vez más con la satisfacción del deber cumplido y con la sensación de habernos enriquecido e impregnado de la belleza de estas tierras cántabras.
viernes, 15 de febrero de 2008
Fin de semana en Cantabria I
Hoy va a ser el primer gran viaje por carretera (el primero realmente fue por avión a Barcelona) del nuevo receptor que adquirí hace unas semanas de Garmin: un pequeño Etrex Vista HCx que sustituye a un modelo prácticamente igual y que en su día también fue tope de gama: el Vista C. De momento, los mayores problemas que está dando el HCx son que por debajo de una cierta velocidad (entre 3 y 4 km/h), el receptor cree que estamos detenidos, y por tanto, marca 0 km/h, lo cual falsea notablemente los datos de distancias, velocidades medias y tiempos de desplazamiento cuando se lleva a cabo una ruta a pie. En cambio, en coche no hay ningún problema, y en cualquier caso, el proceso posterior de los datos con software tipo OziExplorer permite obtener resultados fiables del recorrido efectuado.
Poco antes de las 7.00 h, ya circulo por la M-30 rumbo a la A-1. A estas horas intempestivas, aún hay poco tráfico y se puede transitar con fluidez por Madrid. A las 7.20 h abandono la A-1 en la salida de Torrelaguna y giro a la izquierda por la N-320 para abordar el primer caché del día: GC15PKK (http://www.geocaching.com/seek/cache_details.aspx?guid=8f780d67-027c-45ea-a2f7-d41bcde19ba9). Este caché es un "hotel" de travel bugs, y lo encuentro sin problemas, tan solo fue algo complicado el giro a la izquierda desde la N-320, para incorporarme a un camino que, debido a la oscuridad, no se veía, y por tanto, tampoco sabría si el acceso a él estaría en condiciones (todo esto envuelto en un tráfico que en ese punto y a esa hora, sí que era ciertamente intenso).
Una vez comienzo a circular por el camino, totalmente a oscuras, y con las luces del coche como única iluminación, veo que la indicación del GPS va reduciendo la distancia hasta que se hace 0 sobre el propio camino. Detengo el coche en ese punto y con el frontal en una mano (sí, ya sé que se debería poner en la cabeza...) y la foto spoiler en la otra, comienzo la búsqueda del caché. Debo reconocer que la circunstancia de nocturnidad y el hecho de que tanto las piedras como la hojarasca que hay en la zona del caché estuviesen húmedos, pues había lloviznado durante la noche, hicieron la búsqueda algo más complicada de lo que realmente y en otras condiciones podría ser. Sin embargo, sin mayores problemas, consigo encontrar el escondrijo y firmar en el libro de registro. Seguramente sea el visitante que más ha madrugado para ver este caché...
Una vez firmado y conseguido hacer un cambio de sentido unos metros más allá de donde se ubica el caché, retorno a la N-320 para tomar de nuevo la A-1 rumbo a Burgos. En la subida a Somosierra decido parar en Robregordo para repostar: queda poco combustible y muchos kilómetros por delante. Todavía es de noche: hasta las 8.10 h no amanecería.
El siguiente hito en mi camino sería el caché GC17BRY (http://www.geocaching.com/seek/cache_details.aspx?guid=569c308a-4a14-4095-8b25-a6ab0b12a948/seek/cache_details.aspx?guid=569c308a-4a14-4095-8b25-a6ab0b12a948), que está en el PK 123 de la A-1, junto a un soberbio toro de Osborne. Este caché es de tipo drive-in, pues se puede llegar con coche hasta el propio toro, si se sabe encontrar el camino adecuado.
Tras la rápida visita y protocolaria firma en este caché, seguí rumbo a Burgos otros cuantos kilómetros más, concretamente hasta el PK 134, donde me salí hacia Valdevacas de Montejo, donde pretendía visitar el caché GC1731 (http://www.geocaching.com/seek/cache_details.aspx?guid=20bf7030-f07d-49a5-ba40-ae07231d8154). Antes de llegar al referido pueblo, se pasa por una zona muy bonita, conocida como el enebral de Hornuez, que queda junto a la ermita homónima.
Pues bien, a la salida de Valdevacas inicié el recorrido off-road siguiendo un track artificial que me llevaría hasta los restos del convento de Casuar, para dejar allí aparcado el coche e iniciar el acceso final al caché. Sin embargo, en este caso no fue posible avanzar más de 1 km, pues me encontré unas barreras que restringían el acceso con vehículo a motor.
Como había otro camino que salía algo antes a la izquierda y que también me serviría para aproximarme hacia el caché, me dirigí hacia él. En este caso se trataba de un camino en peor estado de conservación, pero que permitía circular cómodamente con un turismo normal. Sin embargo, a 1,5 km del inicio de este segundo acceso, me volví a encontrar otra prohibición, en este caso más exhaustiva, pues se hacía extensiva incluso a personas andando. Estaba a 2 km del caché y si hubiera aparcado el coche ahí y hubiese llevado a cabo la ruta, hubiera tardado menos de una hora, con lo cual el riesgo de ser interceptado por algún agente forestal (era un viernes por la mañana y no había nadie por la zona...), era muy bajo. Pero como quiera que no quería correr riesgos innecesarios, decidí respetar la prohibición y volver al punto donde las barreras me habían impedido seguir. En ese lugar estaba a casi 4 km del caché e incluso me planteé ir andando hasta él, pero cuando vi un cartel que indicaba que el tránsito por las sendas y caminos del parque está restringido del 1 de enero al 31 de julio, decidí definitivamente dejar este caché para mejor ocasión y seguir mi viaje rumbo norte.
El siguiente caché estaba situado en el PK 223 de la A-1: GC171J7 (http://www.geocaching.com/seek/cache_details.aspx?guid=271543e8-b429-4436-b279-c5754bda8125) y era otro toro de Osborne. El acceso a este lugar se efectúa desde un pueblo llamado Cogollos, que permite cruzar bajo la A-1 y tomar una especie de camino de servicio que discurre paralelamente a esta vía hacia el norte. Aparqué inicialmente muy próximo al túnel que pasa bajo la A-1, pensando que no podría avanzar mucho más, pues el camino que aparecía paralelo a la A-1 era apto solo para un 4x4. Pero movido por una curiosidad innata en el geocacher, decidí avanzar algo más por el camino, para recibir con grata alegría la sorpresa de que iría dirigiéndose paulatinamente hacia el toro, hasta llegar a pasar solo a 70 m de él. Un poco antes de alcanzar el punto más próximo al caché, me encontré unos geomugglers que estaban trabajando en el camino, haciendo sondeos. Era un equipo compuesto por cuatro vehículos, entre ellos, una excavadora que impedía mi avance. Su conductor la apartó amablemente, invadiendo parte de un sembrado colindante, y gracias a ello pude aproximarme lo máximo al toro.
Cuando llegué al toro y vi que un log decía que había hecho "drive-in" a 15 m del caché, me di cuenta de que había cometido un error de principiante... y era no mirar las indicaciones del GPS, pensando que el caché estaría, al igual que el anterior, en el propio toro. Pero en este caso no era así, y el caché estaba a tan solo 15 m del camino por el que había pasado con el coche. En fin, cosas de la vida... En cualquier caso, como las distancias son muy pequeñas, no fue necesario utilizar el coche para los breves desplazamientos. Firmé y repuse fuerzas momentáneamente antes de volver a partir. Nuevamente, el señor de la excavadora tuvo que apartarla del camino para dejarme salir y de esta forma, retorné a la A-1 rumbo norte hacia Burgos. A esta ciudad llegaría unos minutos después, pues la distancia desde este tercer caché hasta la referida capital de provincia era breve.
Poco después de las 11 AM llegaba a San Martín de Ubierna, que es un pequeño pueblo en la unión de dos carreteras principales: la N-627 y la N-623. La primera empieza aquí y termina en Aguilar de Campoo y la segunda llega hasta Santander. Aparqué el coche en el sitio recomendado y crucé la N-627 por un gran puente que a la vez sirve como canalización del arroyo de Rucios, que sería el gran protagonista de este caché.
Seguí unos metros más paralelo al arroyo hasta un punto en el que se gira a la izquierda, y a partir de ahí desaparece el ruido de la carretera nacional y se abre, tal como define el autor del caché que iba a buscar, un "pequeño paraíso": GC12YW9 (http://www.geocaching.com/seek/cache_details.aspx?guid=da5d7c1a-1b1b-44a0-8033-f95cd2fa3668).
En el camino hacia el caché se cruza varias veces el arroyo antedicho. En invierno y con la pertinaz sequía que estamos padeciendo, no hay ningún problema, pero habiéndose producido lluvias intensas o en una época de marcado deshielo, las cosas pueden ser bien diferentes.
De esta forma, progresando por un bonito valle, jalonado por marcados paredones calizos en los que los estratos buzan con caprichosas formas e inclinaciones inverosímiles, iba reduciendo la distancia al caché. Su ubicación final es ligeramente comprometida, al hallarse a media ladera, en una zona muy inclinada y en la que conviene extremar las precauciones en caso de que haya llovido o el suelo se encuentre resbaladizo. Por supuesto, con nieve seguramente resulte imposible acceder al lugar. Ello unido al hecho de que el caché se encontraba en una grieta a cierta altura del suelo (superior a mi estatura, por supuesto...), hizo que tuviese que emplearme a fondo para alcanzar el contenedor sin poner en riesgo su integridad física ni la mía.
Una vez atrapado el recipiente, procedo a firmar y realizar protocolario intercambio de objetos, desando mi camino hasta el coche con la sensación de haber descubierto, como decía IsidoroAmeno, otro "pequeño paraíso", y en definitiva, una obra maestra del geocaching.
Mi siguiente parada (y quinta del día) está en un bonito pueblo que se llama Valdelateja. Se accede a él desde la N-623 y cuando se ve el pueblo desde la referida carretera ya se intuye que la visita merecerá mucho la pena. Valdelateja es un pequeño lugar que está al final de una carretera sin salida. Sus construcciones y edificios están muy cuidados y la belleza del conjunto, así como del paisaje, unida a la oferta de alojamiento, hacen que sea muy razonable pensar en dejarse caer un fin de semana por estas tierras de Dios.
El pueblo está tan cuidado que no se permite el acceso en coche, salvo para los vecinos y servicios, que cuentan con un pequeño aparcamiento propio. Las visitas, como era mi caso, deben dejar los coches en una gran explanada antes de la entrada del pueblo.
El caché que ahora me disponía a visitar, GCM6WN (http://www.geocaching.com/seek/cache_details.aspx?guid=c3d3c554-9e20-4bf1-a687-9dd1eda8b9e6) se encontraba en la parte superior de un cerro testigo, cuyas paredes terminales son de una verticalidad extrema. Dicho cerro se halla tan próximo al pueblo que la vista de este desde aquel es casi como una fotografía aérea tomada desde un avión con fines cartográficos.
La subida hasta el cerro no presenta ninguna dificultad excepto la de lo inclinado de la senda por la que discurre, si bien, al hacerlo en gran parte por una umbría, hace que el esfuerzo sea más llevadero. A pocos minutos se llega a un bonito collado (a 776 m de altitud), donde existen restos de una ermita junto al cementerio del pueblo. No quiero imaginarme la tortura que debe de ser transportar al fallecido hasta este lugar, puesto que a la vista de la cartografía de la zona, no existe otro acceso aparte de la empinada senda que llega hasta aquí, y por ella, era técnicamente imposible subir en un automóvil incluso 4x4.
De Valdelateja olvidaba decir que es un pueblo dispuesto en dos barrios que quedan separados por el río Rudrón, 1 km antes de unirse con el Ebro, razón por la cual en este punto cuenta con gran caudal.
Volviendo al camino hacia el caché, desde el cementerio hasta él, la distancia es pequeña y digamos que lo peor ya ha pasado. Había leído los logs de visitantes anteriores y muchos de ellos coincidían en señalar que el acceso al caché era complicado y no estaba a la altura de cualquiera. Efectivamente, así es. Pero a poco que se adopten unas ciertas precauciones y se cuente con la foto spoiler, es fácil alcanzar el escondrijo final.
Una vez firmado y procedido al intercambio, seguí subiendo hasta lo más alto del cerro, donde se ubica la ermita de Santa Centola y Santa Elena. Arriba del todo encontré una pareja que debían de haber subido poco antes de llegar yo. Desde la cima, las vistas 360º a la redonda son, sencillamente, soberbias, y como no podía ser de otra forma, no pude dejar de inmortalizarlas con numerosas fotos.
De nuevo en la carretera N-623, sigo rumbo norte hasta las inmediaciones de Santander. Me dirijo ahora a la visita de GC17944 (http://www.geocaching.com/seek/cache_details.aspx?guid=1bb4f6f5-eaaa-4c12-8d66-144b57c5a200). El acceso a este caché se efectúa desde un lugar llamado Santa Marina. ¿Cuántos lugares en España habrá con este nombre? Deberían promulgar un decreto por el que dos aldeas, pueblos o ciudades no pudieran tener el mismo nombre... El caché en cuestión se encuentra dentro del Monte de Vizmay, cuya altitud máxima está en el vértice Lechino (247 m). El caché está en un collado a las faldas del referido vértice. El GPS, a través de la cartografía de Metroguide v. 9, me pedía acceder a Santa Marina desde el PK 197,6 de la N-634, y así lo hice, hasta que avanzados unos metros, la carretera estrecha se convertía en un camino de tierra. Dado que había un señor trabajando en las inmediaciones de este punto, y como quiera que el camino tenía "mal pelaje", le pregunté si podía seguir por allí hasta Santa Marina y sin dudarlo, me dijo que no.
Me dio una serie de indicaciones para llegar al pueblo accediendo por Entrambasaguas, pero como eran tan complicadas de interpretar, decidí decirle que sí a todo, hasta que terminó, y dejé en manos de la cartografía del GPS el nuevo redireccionamiento hasta el pueblo. Al final resultó sencillo, era cuestión de bordear el Monte de Vizmay por el este y el sur, hasta acceder al pueblo por una estrecha carreterilla. En la cartografía 1/25.000 he visto que hay bastantes palacios por esa zona.
Al llegar a Santa Marina en coche, me recibe una comitiva de perros callejeros que con sus ladridos intentan infundirme un temor que se esfuma en cuanto detengo el coche y veo que misteriosamente todos los perros han desaparecido... Aparco junto a una huerta que estaba siendo cultivada en ese momento por un aborigen, al que le pido permiso para dejar el coche momentáneamente mientras "doy un paseo por el monte". Una vez obtenidas las bendiciones del lugareño, me interno en una especie de bosque selvático que me lleva por una senda preciosa y dejada casi al abandono hasta un lugar mágico donde en una especie de cubeta a modo de dolina contemplo un precioso pináculo pétreo que parece más un paisaje de ensueño que otra cosa.
Tras tomar algunas fotos sigo mi camino hacia el caché, que encuentro sin mayores problemas que las de apartar maleza, ramaje y zarzas que lo protegen en una oquedad del terreno donde quedaba escondido convenientemente.
Finalmente, retorno de nuevo al coche y como me moría de curiosidad por saber qué hubiera pasado si hubiese seguido el camino por el que intenté acceder a Santa Marina en primera instancia, decido tomarlo por su extremo opuesto, es decir, desde Santa Marina. Al principio se trata de un camino estrecho, con firme de gravilla, que discurre en el interior de un bosque precioso. Sin embargo, conforme pasa la distancia, el camino se va tornando cada vez más estrecho, hasta que llega un punto en el que no puedo seguir avanzando. En este lugar tampoco es posible efectuar un cambio de sentido, así que me veo obligado a retroceder 200 m marcha atrás en un sitio bastante estrecho y con algunos obstáculos añadidos, como un pequeño barranco a uno de los lados y algunos bloques de piedras por el otro lado. Llego a un cruce donde ya por fin puedo hacer el cambio de sentido y procedo a desandar el viaje hasta Santa Marina en busca del último caché del día.
En esta ocasión, mis pasos se dirigen hacia el monte de Peña Cabarga, donde en su cima, a 566 m de altitud, se esconde este caché: GCM11B (http://www.geocaching.com/seek/cache_details.aspx?guid=73f52459-9a13-4c55-8a4f-42c2a5f705f0). El acceso al cerro, donde están ubicadas numerosas antenas y un bonito mirador, se efectúa por una carretera vecinal con un firme exquisitamente cuidado y que en algún tramo llega a tener más del 15% de inclinación. Observo que en la subida, con el acelerador a fondo en 3ª velocidad, el GPS indica que voy ascendiendo a razón de 150 m/min. Un valor normal para una excursión a pie sería de 8 a 12 m/min. En bicicleta, tampoco suelen alcanzarse valores mucho mayores.
Ya arriba resuelvo con éxito la pregunta que era necesaria conocer para dar con las coordenadas finales y tras algún pequeño despiste por hacer demasiado caso al GPS, doy con el caché sin mayores problemas.
Las vistas de Santander y su bahía desde un cerro tan alto y tan próximo son alucinantes. Tan solo están ligeramente desmerecidas por una pequeña calima que dificulta la visión a más de 15 km.
Desde este caché me dirijo directamente al hotel de Santander donde nos alojaríamos este fin de semana y que está en la zona del Sardinero, junto al Casino. Allí, tras un breve descanso y aseo, y ya a patita, doy un paseo de unos 2,5 km que me lleva hasta el centro de Santander, para reunirme con María. Después de los 17 km que he recorrido a lo largo del día, es natural que al poco tiempo, empiece a asaltarme un hambre atroz, que es saciada más atrozmente con una ingente cena que tomamos en un bonito y céntrico restaurante.Han sido más de 500 km y siete cachés, en un día que empezaba muchas horas antes... Toda una aventura!